miércoles, 7 de septiembre de 2011

Aprender en una fila.. (random)

Hace unos días, fui al banco. Tenía tiempo sin entrar a una sucursal, esto de la tecnología hace que se reduzcan las veces en que es estrictamente necesario entrar… pero esta vez, tuve que hacerlo y, para mi disgusto, hacer fila –soy de esas que no le agrada hacer filas por nada… ¿Quién en su sano juicio hace una fila de 30 minutos para COMPRAR una dona? ¡POR FAVOR! Respetemos el tiempo, señores –
Pues, allí estaba, esperando mi turno en la cola de una línea de unas doce personas, buscando una razón lógica por la que un banco tan importante no hace caso a la teoría de colas y no reduce su tiempo de espera, para satisfacer a la parte más importante de toda empresa: los clientes.

Sumergida en mis pensamientos, una voz familiar me interrumpe, levanto la cabeza y saludo aquella vieja conocida a la que le guardo mucho aprecio, por el regalo que, sin saberlo, me hizo al engendrar uno de mis amigos, hacía tiempo no la veía, y realmente me agradó saludarla –algo positivo de aquella fila–, de hecho, no recordaba que allí trabaja ella.
Siempre tan atenta, me pregunta por qué estoy haciendo fila –una de esas preguntas que no esperan respuesta, que se hacen al aire, y no se deja contestar– y de forma natural se voltea y lanzándole una sonrisa al cajero más próximo le pide que me atienda enseguida. Con la misma sonrisa que se me dibujó cuando la reconocí, le respondí que no era necesario, pues ya tenía un turno en la fila –¡¡sólo faltaban once personas!! *suspiro*– ella insiste, pero al ver que me negué una vez más, desistió. Luego de su –siempre cariñosa – despedida, regresó a su puesto de trabajo y yo me disponía a seguir pensando en por qué me gustan tanto las guayabas...

En la fila, justo delante de mí, había un señor, no muy mayor, pero tampoco muy joven, y se voltea, extiende su mano y dice: –la felicito, señorita– diciéndolo más con los ojos que con la voz. Yo, un poco extrañada, sonrío, y le doy la mano y, seguro se percató de mi confusión, pues el mismo decidió darme la razón de su felicitación: –pocas personas harían lo que hiciste, hubieran tomado el turno, pero te quedaste en la fila- (…)
Ah –entendí– eso no es nada, no merece felicitación, pero de todos modos gracias
La señora que estaba delante del señor que me felicitaba también se volteó y dijo que estaba de acuerdo con el señor, pues “fue de muy buena educación” no colarse en la fila.

Todo el tiempo que estuve esperando mi turno, lo utilicé para tratar de convencer al señor de que no tenía mérito alguno por negarme, ellos llegaron primero y yo debía respetar el derecho que les asiste por eso. Pero, hasta el último momento, siguió insistiendo que aquello si era algo digno de resaltar.

Al fin llego mi turno, hice la transacción, y salí de aquella sucursal. Y pensé: ¿A qué punto hemos llegado? Las personas están convencidas de que aquel que cumple algún deber, merece un reconocimiento. Y las cosas no son así, no deberían, al menos. Los deberes están hechos para cumplirlos, el respeto, se hizo para respetar. No hay que felicitar a quien respeta, ni hay que premiar a quien cumple sus deberes. No no. La gente está confundida. Se ha perdido la costumbre de respetar, de cumplir a tal punto que, si alguna rara vez alguien lo hace, merece ser reconocido.
Qué triste. Yo solo espere mi turno en la fila. No hay mérito alguno en eso, el mérito pertenece a aquellos que hacen cosas buenas aunque no TENGAN que hacerlo. Aunque no sea su deber…


*GR